HYPNEROTOMAQUIA



Nunca pensé tanta luz al final de los ojos.
Gema Palacios


Nos informa Candela Vizcaíno Macero:

“De todos los libros que salieron de las prensas del gran Aldo Manuzio, el más enigmático, y a la par el más bello, es, sin lugar a dudas, la  Hypnerotomachia Poliphili o Sueños de Polífilo, según la traducción española, publicado en Venecia en 1499. […] La Hypnerotomachia Poliphili entronca con la tradición del libro como objeto sagrado, al ser comunicador de mensajes esotéricos y ocultos. La obra se editó en formato gran folio, está plagada de erratas, escrita en una lengua inventada mitad latín mitad italiano y se presenta adornada con magníficas xilografías de fuerte impronta pagana y tan explícitamente eróticas que llega a alcanzar, en algún que otro caso, lo pornográfico. Del autor apenas se sabe el nombre –Francisco Colonna– y poco más. Quien quiera que fuera el creador de tan extraña obra puso mucho cuidado en ocultar su identidad y tenía motivos para ello, ya que, bajo el lenguaje cifrado y las ilustraciones que exaltan un universo pagano, mitológico y tremendamente simbólico, se esconde un supuesto mensaje subversivo de cariz político dirigido a la élite intelectual de la época.”

Reconozco que siento una especial devoción por los libros-objeto. Cuando me topo con un trabajo literario que desnuda su lenguaje y lo lleva al territorio de la materia, los poemas y textos cobran para mí un significado especial. En tiempos de hipervelocidad, de edición descuidada, rápida, sometida al desplazamiento incesante de las tecnologías, hallar un libro que se demora y arrellana en buen papel, con cuidadoso esmero, impreso con gusto de tinta y recuperado para los lectores dentro de una caja que lo convierte casi en exvoto sagrado, genera un placer revelador. Como si me tratara de uno de aquellos lectores renacentistas, clandestinos, de la Hypnerotomachia Poliphili, me siento afortunado y expectante por haber conseguido uno de los cien únicos ejemplares que se han publicado de esta obra.

Hypnerotomaquia es, como se nos dice al comienzo, un “libro-objeto donde cuatro símbolos entrelazan sus voces para poner de manifiesto su relación particular con el sueño”. Esos cuatro símbolos se llaman Blanca Morel, Óscar Pirot, Gema Palacios y Jorge Coco Serrano. Cuatro voces ensambladas por medio de cuatro pliegos donde se cruzarán poemas de unos y otras sin solución de continuidad. “A través de los distintos pliegos, el lector podrá mantener un diálogo múltiple siendo un soñante más de la atmósfera onírica que se despliega ante sus ojos”, se nos advierte. Seamos, pues, ese “soñante más” y adentrémonos un poco en sus poemas.

…lo implícito es siempre la duda…

Son muchos los hallazgos que podemos entrever en estos pliegos de poesía, pero a mi juicio hay uno que cobra una especial significación. Se trata de textos que, a mi juicio, no afrontan la dialéctica de la vigilia y el sueño sólo desde el continente de lo onírico, sino que buscan más bien en el sueño un territorio intersticial donde queden suspendidas las supuestas certezas de la realidad. De ahí que siempre acabe por aflorar la duda. Si todo buen poema dice mucho más de lo que dice, el sueño contenido en él no sería tanto una especie de contra-mundo o mundo alternativo, sino más bien “el otro lado de las cosas” (en palabras de Lorca), que desestabilizaría sus bases fundantes y las desplazaría ligeramente hacia otro espacio dentro del espacio. Desde dicha perspectiva, creo, los poemas de Morel, Pirot, Palacios y Coco (tomados como una misma voz heteróclita) exploran ese “desplazarse”, cavan lugares a medio camino entre la veladura y la claridad.



…unión de literatura y vida a través de un solo cauce: el de los sueños…

Hay otro aspecto que me ha resultado sugerente en este trabajo colectivo. Los sueños no son vistos como algo desencarnado, fantasioso. Atesoran una materialidad precisa, desasosegante, rotunda. No esperen encontrar textos puramente abstractos o ideacionales. No esperen perderse en los meandros de la imaginación sin más. Muy al contrario. Aun siendo poemas con una alta carga simbólica, alejados de una estética figurativa, no pierden en ningún momento su conexión con la vida. Lo que pasa es que la vida que se filtra a través de ellos guarda dentro una dosis muy alta de perplejidad y asombro. El lenguaje se hace precario. El sujeto enunciador se desdobla. Las imágenes que arrecian se vuelven imprecisas y ambiguas, como permitiendo diferentes planos de lectura. Quizá por eso el sueño, es traducido aquí como un lugar, un “cauce”, que permite reordenar y recomponer los lazos íntimos entre la literatura y la vida. Son poemas enchufados directamente al pulso de la existencia.


…el roce de nuestros labios al pronunciar lo imposible…

¿Cómo nombrar aquello que apenas intuimos? La poesía tuvo siempre un desafío delante de sus ojos: intentar traducir en palabras aquello que no se puede decir. El sueño es uno de esos territorios indecibles. ¿Cómo pronunciar algo que rompe la secuencia de la narración lógica? ¿Cómo entrever (y llevar a palabras) todo lo que no se comprende? ¿Cómo recuperar en lo incomprensible un trocito de lo que somos? ¿Hasta qué punto lo que somos sucede también en lo imposible, es decir, en aquello que no alcanzamos a tocar nunca de verdad? Un corazón es una sima que es un hueco inasible que es un pozo de todo y nada adonde nuestras palabras, por mucho que tratan de horadar, no parecen llegar nunca. Los poemas de Morel, Pirot, Palacios y Coco perforan, perforan, perforan, intentan escarbar a cada verso, a cada poema, sin llegar nunca a “pronunciar lo imposible” porque no se puede, porque mucho me temo que la impotencia es el rasgo último de los hombres y mujeres.


…el sueño: realidad: fantasía, un viaje perpetuo a lo ignoto…

En mitad de todo esto… ¿Y si la fantasía no fuera un escenario por fuera de nuestro mundo? ¿Y si la fantasía dibujara el corazón de nuestro mundo? ¿Y si la fantasía fuera, tan sólo, una palabra que da cuenta (en su interna complejidad) de los diferentes costados de lo vivo? La yo dijo Calderón, “que toda la vida es sueño”, pero en estos pliegos sueño, realidad, fantasía no se toman (creo) como simples correlatos los unos de los otros, sino más bien como vasos comunicantes que, juntos y en desorden, componen un laberinto de lo sensible abierto, indefinido, inestable. Escribir sobre/desde esta trinidad es bucear en lo ignoto, pero no lo ignoto como impotencia posmoderna, destotalizadora, sino como arquitectura en la cual nuestros pensamientos y actos encuentran su sentido histórico y social. El logocentrismo occidental (a derecha y a izquierda) intentó desalojar de  la agencia del sujeto esas laderas del ser que no podían ser reducidas a fórmulas. Emoción, ensoñación, deseo, se transformaron en escoria del comportamiento que había de ser apartada del tronco central del pensamiento. Pero lo real-existente siempre acaba por rebelarse, siempre termina por aflorar más allá de sus límites. Morel, Pirot, Palacios y Coco toman partido por ese lugar ignoto de lo real-existente. Y esta toma de postura tiene alcances incluso políticos, porque aceptar que no somos algo predefinido y estable, permite pensarnos a nosotros mismos como lugares siempre en construcción, siempre en ebullición ontológica. Los sujetos y voces de estos pliegos son actores que se rasgan a sí mismos, que se machihembran en una inacabada cadencia de “soledad”, “incorporeidad” y “entretejido”. Nunca terminan de definirse porque siempre están en la vuelta “entre el aquí y el allá”. El sueño es la posibilidad infinita de hilar esa zona de nadie, ese contorno que borra sus propias líneas. Y este libro es un intento de dar cuenta de ese hilado.




Referencia bibliográfica:

LA PAZ DE LAS COSAS SALVAJES



Butoh es enfrentarse a un cuerpo desconocido.

Daniela Camacho


Sobre el libro de una escritora mexicana que viajó al Japón y aprendió el paréntesis del miedo

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El butoh es un conjunto de técnicas de danza creadas en Japón durante los años cincuenta por parte de Kazuo Ohno y Tatsumi Hijikata.

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Ana Vidal Egea dice:

El propósito del butoh es recordar que no sólo somos humanos. Cuando Tatsumi Hijikata y Kazuo Ohno representaron esta danza por primera vez hace casi sesenta años, Japón se escandalizó ante las caras grotescas de los bailarines y sus movimientos febriles, sexuales e irracionales; bizqueaban, imitaban el comportamiento animal, tenían espasmos, reproducían gestos de sufrimiento, temblaban como si se estuvieran electrocutando, ofrecían un espectáculo macabro y, por encima de todo, daban miedo.

Es el subconsciente el que marca el ritmo y dicta los movimientos. “Es el alma la que danza, el cuerpo le sigue”, dijo Kazuo Ohno. El bailarín ha de olvidar las limitaciones de su cuerpo y debe adoptar la forma de los cinco elementos (en Japón se incluye el vacío a los cuatro habituales) así como de reptiles y anfibios; puede ser agua, después serpiente. La disciplina, sin embargo, es ardua, los movimientos son extremadamente lentos y exigen precisión. El butoh es un lamento bailado, un retorcerse en nuestra condición humana. Una de las referencias visuales de sus creadores fueron los cuerpos medio muertos que se arrastraban entre los escombros tras la detonación de la bomba nuclear de Hiroshima.

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Itzíar de Francisco dice:

Esta danza surgió en Japón en 1959 de la mano de Tatsumi Hijikata, artista de vanguardia al que le bastaron cinco minutos de actuación para escandalizar a la audiencia y crear un nuevo estilo. Hijikata (muy influido por Baku Ishi, el padre de la danza moderna japonesa) llevó a escena en su obra Forbidden Colours un texto de Mishima que abordaba el tema tabú de la homosexualidad. La sorpresa fue aún mayor cuando en mitad de la representación una gallina era estrangulada entre las piernas de un hombre acurrucado.

La escasa politización de la danza en Japón durante la ocupación norteamericana liderada por Douglas Mac Arthur (a diferencia del Kabuki, castigado por la moralizante reforma Meiji y más tarde mirado con sospecha y sometido al escrutinio de la censura norteamericana) permitió la experimentación en este campo, que culminó con Forbidden Colours. En colaboración con Kazuo Ohno, Hijikata creó un estilo influido por las danzas rurales japonesas (como reacción a la occidentalización que sufrió la escena nipona durante la ocupación).

De la devastación de la bomba atómica surge una conciencia de humanidad muy fuerte que echa sus raíces en este arte preocupado por las sutilezas del alma, un alma que no quiere agradar (de ahí lo grotesco de sus imágenes) sino expresarse. Así, un cuerpo envejecido o castigado por la enfermedad puede ser expresado mediante el Butoh, como hizo Kazuo Ohno en sus interpretaciones de la vejez, donde aparecía en un estado de delgadez extrema. En definitiva, busca la libertad de la carne, lo que conlleva una exploración del inconsciente (de ahí el término “oscuridad” asociado a esta danza).

Algunos de los recursos expresivos utilizados en el Butoh son el uso de la pintura blanca en el cuerpo (aunque algunos artistas emplean el rojo, el negro, el plata y el dorado, y otros no usan ninguna coloración), las cabezas rapadas, las bocas abiertas, los movimientos lentos y las posturas inspiradas en los muertos. Sin embargo, estas características no son indispensables para realizar danza Butoh, ya que el único requisito obligatorio para que ésta se produzca es expresar la mente y el cuerpo del danzante, lo que ha generado una gran variedad de estilos que Kan engloba en tres corrientes: “los seguidores de Ohno y Akira Kasai (basado en la improvisación), los alumnos de Hijikata y una corriente más visual anterior al Butoh”.

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Daniela Camacho es una poeta y traductora mexicana que, presencia animal, un día llega a Japón, entra en contacto con la Experiencia butoh y escribe un libro.


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Pero ese libro no sólo arroja un diálogo poético con la Experiencia butoh, es la experiencia butoh misma, es su inicio,  su deslizarse hacia otro cuerpo y otro lenguaje que se hinca dentro de si hasta encontrar su despojada realidad.

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Del mismo modo que Tatsumi Hijikata entendió que tras la derrota, tras la mayor de las humillaciones, era necesario componer una danza de la oscuridad capaz de sustanciar el nuevo cuerpo de la postguerra; Daniela Camacho, observadora del tiempo histórico que nos ha tocado vivir, mediante una semantización poética de “lo aquí-butoh” (en diálogo con la vida y obra de Hijikata) compone una escritura que funciona como iceberg. La parte visible es la paz, el signo, la imagen, el minúsculo trozo de lo orgánico, pero debajo, velado en lo profundo están las cosas salvajes, las cosas desesperadas que horadan nuestras vidas.





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Abro el libro. Recorro sus diferentes secciones. Me sumerjo, como enfebrecido, en el pulso de las cosas temidas, y lo que encuentro es una poesía que traduce la ambivalencia, la contradicción, la pulsión entre lo que nace y lo que muere, entre lo que se agiganta y empequeñece. Cada poema es un vértigo inquietante, un no-saber. Es la belleza al mismo tiempo que el espanto. Es el golpe copresente en la caricia, como ese principio indígena de la no contradicción que muchos pueblos llevan siglos tratando de anteponer al logocentrismo occidental. Todos somos lo uno y lo contrario, a la vez, en el mismo cuerpo, en el mismo tiempo. Si la poesía, nos dice Miguel Casado, es algo así como la conciencia crítica de la lengua, el butoh de Daniela Camacho sería la conciencia total de los límites de lo vivo. De ahí que sólo una poética en quiebre pueda dar cuenta de esos límites. Leer este libro es lanzarse a la tembladura, a lo expandido e inexplicable, a la boca última de un lenguaje tenso, eléctrico, perturbador, en el que los lectores nos transformamos en fantasmas de figuras vivas.


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En Daniela Camacho parecen convivir muchas tradiciones. Su mundología literaria viene claramente definida al final del texto. Bebe de fuentes diversas que van del barroco conceptista al surrealismo, de las poéticas feministas, latinoamericanas, europeas, al arte de vanguardia japonés, pasando por escrituras poco deambuladas en nuestro país como las de Sophia de Mello Breyner o Birgitta Trotzig. Esto no es importante. Lo fundamental estriba en la particular digestión que hace de esos materiales, cómo se mezclan dentro de su trabajo descoyuntando la voz (hay semillas de concreto), haciéndola porosa y flexible para que broten en ella nuevas materialidades. Porque este libro no se lee con el pensamiento. Se lee con los brazos, con la boca, con las rodillas, con el vientre, con los ojos y las manos. Sus poemas buscan siempre la fisicidad de lo incompleto-existente. Quizá por ello los títulos de las secciones se comportan, me parece, como calas que proyectan su sombra, tras las cuales los diferentes poemas se encadenan sin ambición de totalidad. No es un sistema-libro, sino una hilatura por medio de la cual vamos buceando en apnea hacia las fuentes últimas de nuestra propia precariedad. Se trata de desacomodar la vida, el cuerpo y el lenguaje. Sólo desde ahí podremos volver a nacernos, a recomponer el colectivo, podremos buscar de nuevo el comienzo de nosotros mismos tras la hecatombe. Así lo hizo Hijikata. Así lo hace Camacho.




Referencias bibliográficas:

Camacho, Daniela (2017). Experiencia butoh. Madrid: Amargord.